En el momento en el que vivimos, en el que la medicina trata de buscar numerosas respuestas en la genética, parecería que la alimentación solo puede jugar un papel muy secundario en la salud. Tiende a pensarse que, si estamos determinados por los genes, poco influirá lo que comamos en nuestro estado de salud. Y nada más lejos de la realidad en la mayoría de las situaciones.
Aunque los genes juegan un papel importante en nuestra salud y condicionan bastante las enfermedades que padecemos, por suerte no son determinantes en la inmensa mayoría de los casos. La mayor parte de las enfermedades depende no sólo de la alteración de un gen, sino de muchos genes —las denominadas enfermedades poligénicas— y de la interrelación que existe entre todos los genes entre sí, y de los genes con el ambiente. De esta manera, aunque dos personan tengan la misma predisposición genética, puede darse el caso de que una de ellas desarrolle una enfermedad y la otra no lo haga, dependiendo del ambiente, o sea, del tipo de vida que realice y, muy especialmente, de la dieta que siga. De esta forma, una dieta adecuada y un estilo de vida saludable pueden ayudarnos a “superar” y “contrarrestar” la tendencia genética que tengamos a padecer algunas enfermedades, y, de forma muy especial, las enfermedades cardiovasculares. Es bien sabido que una alimentación adecuada juega también un papel fundamental en la prevención de otras patologías de gran impacto, como el cáncer y las enfermedades inflamatorias.
Si bien, como se ha señalado, la dieta es importante, para obtener los máximos beneficios de la misma, esta debe acompañarse de un estilo de vida saludable, en el que juega un papel importante la realización de ejercicio físico. Numerosos estudios han demostrado que una dieta y un estilo de vida adecuados pueden ayudarnos a evitar o retrasar la aparición de enfermedades como la diabetes mellitus, la hipertensión arterial, el infarto de miocardio o el cáncer.
Recientemente, la Asociación Americana del Corazón ha señalado que los objetivos de una dieta y un estilo de vida saludables para la reducción del riesgo cardiovascular deben ser:
• Consumir una dieta globalmente saludable
• Mantener un peso corporal saludable
• Mantener los niveles recomendados de colesterol (LDL y HDL) y triglicéridos
• Mantener una presión arterial normal
• Mantener unos niveles de glucosa normales
• Realizar actividad física de intensidad y duración adecuadas
• Evitar el uso y la exposición a los productos del tabaco